viernes, 25 de diciembre de 2015

Gaudí, Rancagua y el sueño de un fraile




En 1922, Antoni Gaudí recibió una extraña carta. 

La firmaba Angélico Aranda, fraile franciscano, y la enviaba desde un pequeño convento en Rancagua, Chile: "el que suscribe es un admirador suyo, que tuvo el gusto de conocerlo el año 1909 y que tiene su autógrafo en un libro de viaje". Fra Angélico era sacerdote pero también artista. Fue a Barcelona para estudiar pintura y allí pudo conocer al genial arquitecto. Como a tantos, su fuerza y originalidad le impactaron.

Años después, destinado en esa pequeña ciudad cercana a Santiago, decidió acometer la obra de su vida. Y para ello, escribió esa carta: "Le contaré que estoy empeñado en hacer una pequeña capilla dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles, y deseoso de hacer una obra original, bien original, me acodé de Usted y digo, ¿cómo no me ha de obsequiar con un plano de los que él solamente sabe hacer?".  Las pinturas serían cosa de él y otro fraile chileno.

Fra Angélico soñó a lo grande, con confianza y esperanza. Pidió ayuda a uno de los mejores artistas de su tiempo y de siempre, y no dudó que él fuera a corresponderle. A cambio, prometió "corresponderle con mis oraciones".

Un mes después, la carta llegó a manos del arquitecto. Éste, consagrado a su obra de la Sagrada Familia, declinaba aceptar trabajos a parte:"Tengo 70 años y poniendo a contribución toda mi vida, aún no haré lo que necesita" sin embargo no llegó a enviar la carta con esta negativa. Tres días después, volvió a leer la carta y en el dorso encontró unas notas en lápiz que le habían pasado desapercibidas. Las proporciones de la capilla para Nuestra Señora de los Ángeles correspondían con un "edículo que estaba estudiando como elemento del templo de la Sagrada Familia para dedicarlo igualmente a Nuestra Señora de los Ángeles. No se trataba pues de proyectar una obra nueva. Podía por tanto adelantar para América lo que un día lejano ha de tener realidad en la magna obra de la Sagrada Familia". Gaudí ofreció ese estudio, en lo que el llamó una prueba de cofraternidad espiritual entre España y América.  En la carta, el ayudante del arquitecto pasa entonces a preguntar la intensidad de los vientos dominantes, los materiales de la zona... y les envía el croquis.

El azar, la casualidad, la suerte... ¡detrás de cuántos proyectos importantes está! Se iba a hacer realidad el primer proyecto del genial GAudí fuera de Europa. O eso parecía.

Todo quedó dormido.
No se sabe por qué Fra Angélico no consiguió construir esa capilla que pensaba destinar al perdón y al silencio. Rancagua no tiene hoy esa capilla.

Pero un proyecto tan bello no podía perderse para siempre. El universo siempre mueve hilos para que reviva. Hace más de 20 años, un grupo de personas volvieron a entusiasmarse con la idea: se redescubrieron las cartas con casi dos siglos de historia, los planos... y las ganas de llevarlas adelante. A partir de ahí, con esfuerzo y tesón, han ido avanzando hasta conseguir que la presidenta haya destinado una partida presupuestaria para construirla. Si la burocracia y la política no lo impiden, el sueño de Fra Angélico y el de las personas que lo redescubrieron en un archivo, será realidad.

Quieren que sea un proyecto del pueblo y para el pueblo. ¡Seguro que así será!
Quien la conoce, queda atrapado. O así me ha pasado a mí: será porque Gaudí es un poco de la familia para los barceloneses -así se lo dije a los chilenos que me la contaron-, será porque llevo el nombre de esa capilla, será porque me encantan las historias de David desafiando a Goliat -un fraile de una ciudad pequeña y perdida soñando que el genial arquitecto le regale unos planos-...




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