martes, 19 de enero de 2016

Cambiar la suerte de uno


Hoy, Santiago se ha despertado bajo una nube tóxica. Un vertedero arde y tardarán tres días en apagar el incendio. Todo el mundo habla de eso, mientras tose o se agarra la cabeza porque le duele. La culpa, del gobierno, o de las empresas, o de los medios que se lo inventan y los médicos que lo exageran... La cosa, esa cosa tan humana, de que la culpa la tiene otro. Ese. Aquel. Tú.


Desde luego, ¡no tengo nada que ver con que arda un vertedero! Y poco puedo hacer porque deje de hacerlo. Pero también es cierto que, muchas otras veces, seamos culpables o no, algo podemos hacer para que mejore, cambie, no se repita... lo que vivimos.

El otro día llamó una empleadora: buscaba tres hombres para hacer aseo en una fábrica de reciclaje. Organizamos una entrevista y solo teníamos candidatos haitianos. Mi compañera de trabajo me dijo: avísala. Estamos tan acostumbradas a que nos digan que no, que no quieren personas negras, o que hablen raro o... Por supuesto, la culpa es siempre de la sociedad que aún no está preparada, de los clientes que son racistas, de los propios haitianos que no saben comportarse... He oído de todo en un par de meses.

Ese día la entrevistadora llegó. Una chica joven, preparada, simpática... estuvimos conversando un buen rato y, sin saber muy bien cómo, me encontré explicándole el problema que teníamos para conseguir dar una oportunidad a esas personas. La verdad es que sentí una buena conexión con ella nada más llegó. Me escuchó con mucha atención. 

Pero hizo mucho más que eso. Entrevistó a todos los candidatos y, al acabar, me llamó y compartió conmigo su decisión. Se llevaría a tres haitianos, a tres que veía más cansados, más al límite, más a punto de... A un par de ellos, en estas semanas, yo los he visto irse deteriorando: comen poco, duermen en la calle, tanta mirada despectiva acumulada, tanto no sobre las espaldas... Ella me dijo que se los llevaba. Sabía que sería más trabajo: tendría que dedicar mucho más tiempo a explicarles las cosas, a monitorearlos, a estar pendiente... pero "siento que esta oportunidad es de ellos y no quiero quitársela" me dijo. Llamó al dueño de la empresa: el nieto de unos judíos huidos de la Alemania nazi que sabe del valor de una oportunidad. Sus antepasados llegaron buscando una aquí y la encontraron. Le dijo que sí, que adelante, bajo su responsabilidad.

Ahí podía haber quedado la cosa pero no. Esta chica realmente ha convertido la causa de estas tres personas a las que no conocía de nada en su causa. Se ha puesto en sus zapatos. Al día siguiente me llamó: había batallado con todo el mundo para conseguir algo inaudito. Una excepción en su empresa. Cada día pagarían la mitad del jornal a esos trabajadores: "tú me dijiste que su situación era complicada así que me quedé pensando qué podía hacer... le he dicho a mi jefe que sino comen, ¿cómo podrán trabajar bien?  y que si no pueden pagar el autobús, ¿cómo quiere que les exija que lleguen puntuales?"  

¿Su gesto acabará con el racismo? ¿Mejorará la situación de los miles de haitianos atrapados en el exilio? ¿Sensibilizará a la sociedad? No.  Pero su gesto rescató a tres personas, con nombre y apellido, Lucito, Levitique y Charles, del olvido, la tristeza y el hambre.

Una vez me contaron que el Talmud decía que cambiar la suerte de una persona es cambiar la del mundo. No sé si será cierto. No sé si ella lo sabe.







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