miércoles, 18 de noviembre de 2015

Lugares sagrados





Lugares que forman parte de nuestra memoria.
Lugares en los que se nos quedó un jirón perdido de alma, el perfume de una emoción.
Lugares a los que regresamos una y otra vez, cuando llueve o cuando truena. 
Todos tenemos uno, dos o tres. O mil.

Nos acogen, nos construyen, nos definen, nos protegen, nos alegran, nos enseñan.
Quizás regresamos a ellos constantemente. Quizás, cuando lo hacemos, nos han pasado tantos años... y sin embargo, nunca los encontramos con telarañas ni olor a humedad.
Brillan como el primer día, como aquel instante en que se convirtieron en lugares sagrados para nosotros. 

Son reales. Tangibles. 
Son de todos pero son solo nuestros. Porque solo nosotros conocemos el abracadabra que los convierte en mágicos: la primera cita que fue definitiva con los años, el libro que nos cambió la vida, la mejor amiga que reencontramos, la conversación con un desconocido que nos llevó a un viaje, el hermano que nos abrazó...

Hoy es lunes. Mi primer lunes en Santiago de Chile. 
Pero mi espíritu es de viernes tarde.
He madrugado y, dando una vuelta sin una dirección demasiado concreta, he tropezado con un parque. Y en el parque, un café literario. 
Nada más verlo, con sus cristaleras, sus libros y revistas, sus butacas y el silencio que reinaba.... lo he sabido: quería que mi primer té en la ciudad fuera ahí. 
Me he sentado tras el gran ventanal, mirando un estanque rodeado de árboles, con una revista en la mano que no he llegado a abrir. Así he pasado casi una hora, degustando el tiempo. 

Ese momento, ese lugar -por otro lado, y como veis por la foto, de lo más normal. ¡seguro que habéis visto cientos como él!- han entrado en mi memoria asociados a una idea: ¡estoy de excedencia por un año! ha quedado asociado a un sentimiento demasiado grande para un sitio tan pequeño: ¡soy libre!

Es mi primer café en Santiago de Chile. Es mi primera biblioteca.
Es, sin duda, mi primer lugar sagrado en Santiago de Chile.


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